Comentario
El 22 de octubre se anunciaba un nuevo sistema judicial para todo el territorio, junto a otras disposiciones que debían afectar al país entero, pero la marcha de la conferencia de Londres para la elaboración de los tratados de paz, el discurso de Molotov, en noviembre, responsabilizando a Estados Unidos de la ruptura del equilibrio mundial y el progresivo proceso de desconfianza ratificado en la Conferencia de diciembre en Moscú, supusieron retrasos, reticencias, dificultades y rupturas de las que se resintió, en primer lugar, el futuro de Alemania. A ello iba a colaborar igualmente de manera negativa para el inmediato futuro alemán la complejidad del acuerdo de Potsdam referente al pago de las reparaciones, al enjuiciamiento de los principales criminales de guerra y al traslado metódico de las poblaciones alemanas.
En cumplimiento de los acuerdos de Potsdam que concretaban las decisiones adoptadas en Crimea, Alemania debía compensar, en la mayor medida posible, "las pérdidas y los sufrimientos que ha causado a las Naciones Unidas y a cuya responsabilidad el pueblo alemán no puede escapar" (capitulo IV del comunicado final). En noviembre comenzó el pago de estas reparaciones, y los soviets se apoderaron de inmediato de cuanto de alguna utilidad había en su zona, la industria fue transportada casi en masa a Rusia; el ganado fue igualmente traspasado a las regiones devastadas de Ucrania y de la Rusia Blanca, los hombres útiles, técnicos, científicos y obreros especializados abandonaron sus hogares para engrosar el proletariado soviético.
En las zonas occidentales se tomaron severas medidas contra los grandes trusts industriales, y los ingleses ocuparon todas las fábricas Krupp y sus empresas subsidiarias.
Surgía así un problema doble. El pago de las reparaciones iba más allá de la medida pactada en Potsdam, y la dificultad de entendimiento tras la división zonal impedía un control uniforme sobre toda la economía alemana. Aunque se hablaba de desmantelamiento de las industrias, se pensaba en respetar la posibilidad de que Alemania gozara del potencial industrial suficiente capaz de responder al pago de sus importaciones esenciales y de su propia subsistencia.
En la práctica pudo más, y con más rapidez, el desmantelamiento. La división de Alemania, sobre todo la resultante oriental frente a la occidental, impidió el control unificado sobre su economía, de modo que nada pudo medirse en un plano nacional o global. Alemania no quedaba en condiciones de abastecerse a sí misma al excluirse la circulación entre las zonas de productos agrícolas e industrias intercambiantes, ni era posible la retirada de capital industrial con conocimiento exacto del efecto que estas retiradas habrían de producir en la economía total. En síntesis, el plan de reparaciones trazado debería llevarse a cabo en una Alemania ya prácticamente inexistente.
En general, pues, la vida económica sufrió un colapso en casi todas las regiones por falta de carbón, alimentos y mano de obra.
Fueron precisamente las dificultades para mantener el equilibrio económico entre las zonas occidentales las que llevaron a la primera fusión económica, el día 3 de diciembre, de las zonas norteamericana e inglesa. Seguidamente se estableció una oficina administrativa bizonal para asuntos económicos, con la misión de poner a la economía combinada de ambas zonas en condiciones de exportar lo suficiente para pagar las importaciones de los alimentos y materias primas.
Pero mientras trataba de tener lugar esta reanimación de la economía, la Agencia Aliada de Reparaciones arramblaba con los medios que le hubiesen dado aliento en esta situación. Se distribuyeron, como se ha indicado someramente, barcos, equipos completos de maquinaria, patentes y secretos comerciales. Los rusos trasladaron industrias completas a su país -al menos es la acusación occidental- con su personal íntegro, como la de óptica de C. Zeis, de Jena, y los norteamericanos hicieron prácticamente lo mismo con industrias farmacéuticas. En tono semejante actuó Gran Bretaña y, en tono menor, Francia.
La mayoría de los hombres de ciencia, unos escudados en su antinazismo y otros en su pura valía científica durante un tiempo condicionada por la política, ante la vida miserable que llevaban en su país, marcharon voluntaria o coactivamente a Rusia, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, donde continuaron sus investigaciones.
El pago de las reparaciones parecía, pues, comenzar condicionando el desarrollo y progreso alemanes, pero la renuncia a la unificación del control económico llevó a las potencias occidentales a concentrar sus esfuerzos en la unificación económica de sus propias zonas, con la idea de poder implantar en ellas su programa de reparaciones. Pese a la distinta forma de entender el pago por parte de las potencias occidentales y a la diferencia en el tratamiento a los problemas en la zona occidental y en la oriental, el pago de las reparaciones se fue diluyendo sin conseguir el objetivo pactado en las conferencias.
Entre los aliados occidentales aparecieron distintos puntos de vista sobre la suma de capital industrial que cada cual debía apropiarse. Mientras Francia insistía en la mayor apropiación con vistas a dejar a Alemania sin aliento militar posible, ingleses y norteamericanos sostenían que debía dejársele el capital industrial suficiente como para que Alemania pudiera colaborar a la reconstrucción de Europa. Esta fue la decisión solidaria de norteamericanos e ingleses, que comenzaban a ver en el protagonismo alemán a la reconstrucción europea un posible y elemental sistema de contención a la política soviética.
De hecho, y para concluir, las potencias occidentales renunciaron pronto a las reparaciones que todavía les correspondían. Sólo el 8 por 100 de la industria alemana fue desmantelado, y no hubo ninguna requisa después de abril de 1951 en Alemania Occidental. Al contrario, Alemania dejó de pagar y comenzó a recibir préstamos en gran cuantía. Prácticamente tanto en la ocupación como en la ayuda a Alemania, los aliados gastaron más de lo que habían recibido como pago de las reparaciones. El imperativo de la reconstrucción fue más fuerte en este caso que la exigencia de las reparaciones. Sin embargo no fue así en la zona oriental, donde la Unión Soviética y Polonia, que habían sufrido la devastación alemana a partir de 1941, contaron con las reparaciones para levantar su economía con la mayor rapidez. Las reparaciones debidas a Polonia saldrían de las que correspondieran a Rusia, y ésta las recibió por tres vías: por el desmantelamiento y traslado de equipo industrial, por apropiación de la producción corriente de empresas de Alemania Oriental y mediante la transferencia directa de propiedad industrial y agrícola a las corporaciones soviéticas.
La Unión Soviética, que había pedido como pago de reparaciones un total correspondiente a 10.000 millones de dólares, había recibido unos 3.650 a finales de 1950. Polonia, de acuerdo con el convenio sobre reparaciones firmado en Moscú en agosto de 1945, habría de recibir el 15 por 100 de lo que Rusia obtuviera de Alemania.
A finales de 1950 la suma de reparaciones pendiente fue reducida en un 50 por 100, o sea, a unos 3.150 millones, pero desde enero de 1954 tanto la Unión Soviética como Polonia renunciaron al cobro, y la misma Unión Soviética anunciaba que devolvería a la República Democrática Alemana bienes de capital por 3.000 millones de marcos orientales, que era el valor de las compañías soviéticas que operaban en la zona.
Todo este entramado de pago de reparaciones condicionando la situación económica alemana de posguerra influía decisivamente sobre el desarrollo de las condiciones de vida de la población. La derrota vino a agravar la situación económica, social y psicológica de la población dividida. La descripción que K. Adenauer hace de la situación alemana, y más directamente de la ciudad de Colonia, recién acabada la guerra, es escalofriante, sobre todo por los efectos que de inmediato iba a provocar y por la falta de expectativas que la división territorial planteaba en conjunción con la vuelta o retrasvase de poblaciones. Sólo dos testimonios, sacadas de sus Memorias pueden servir como botón de muestra:
"En los últimos meses de la guerra, la mayoría de la población había huido o fue conducida lejos. Al final de la guerra volvieron de todos los rincones de Alemania. Afluían directamente por miles a pie, en diversos medios de transporte y, finalmente, en trenes de mercancía. Aún veo ante mí los vagones abiertos, atestados de gentes que querían volver a su hogar, indiferentes a las fatigas que ello supusiese. Pálidos, cansados, consumidos, arrastraban consigo sus enseres, lo poco que aún teman, y la mayor parte de las veces encontraban sus pisos destruidos.
Procurar alojamiento para esos miles de personas, alimentación y todo lo necesario para el abastecimiento de esta gente parecía una labor insuperable... Pero la vida no había muerto en aquella ciudad destruida. El problema mayor y más difícil con que se enfrentó el Ayuntamiento fue el de la alimentación de la población. El mercado negro florecía. El valor del dinero era prácticamente sustituido por el de los objetos intercambiados.
Para asegurar la situación de abastecimiento de la población... permití confiscar todos los vehículos que aún existían en el casco urbano de la ciudad y los envié al campo para comprar a los agricultores patatas, cereales, verduras y ganado. Con ello intenté conseguir, al menos, una pequeña parte de los alimentos necesarios". (Memorias, págs. 16-17.)
El problema fue más complejo, porque en la práctica, lejos de complementarse, al menos en los primeros meses, vinieron a chocar los objetivos de los ocupantes y la organización de la vida de los ciudadanos por parte de los Ayuntamientos, sobre todo cuando la afluencia de refugiados dificultaba aún más el reparto de alimentos en los estrictos límites del racionamiento proyectado.
Tifus y fiebres tifoideas produjeron estragos en la población infantil, pero en general -y fue decisiva la intervención de los ocupantes- las epidemias fueron contenidas y Alemania pudo salvarse así de una plaga más.
El otro gran problema a que había que poner remedio, en primer lugar, era el de la desmoralización de la población civil, que debía salir de prisa de su frustración para comenzar una experiencia nueva. La presencia y aún colaboración de los ocupantes, cuando se dio, no era precisamente la mayor o mejor ventaja:
"Estaba convencido de que el Ayuntamiento debía concentrar todos sus esfuerzos al máximo para hacer renacer nuevamente el comercio y el tráfico. Los puentes sobre el Rin, que tan importante papel jugaban en ello, estaban destruidos; era muy urgente su reconstrucción. Me procuré cupones para hierro, por medio del gobernador americano, y con ellos compré grandes cantidades de acero en una fábrica del bajo Rin. Como casi todas las fábricas, empresas y negocios estaban destruidos, el problema del paro era muy arduo. Con estas medidas, intentaba animar el comercio y el tráfico y crear así puestos de trabajo.
Semejante al de Colonia era el aspecto de grandes regiones de Alemania, aunque fue ésta la ciudad que más sufrió a consecuencia de su situación. Los aliados llegaron a la conclusión, en el transcurso de la guerra, de que la resistencia de los alemanes se vería más quebrantada por la destrucción de casas y viviendas que por la de fábricas en particular, pues así seria más difícil que funcionase la economía alemana. Además, opinaban que en el ataque conjunto de miles de aviones se destruiría en mayor medida la fuerza de resistencia espiritual. Por ello, la destrucción de los bloques de viviendas de la población civil se hizo totalmente a conciencia..." (Memorias, págs. 19 y 20.)
Si con la destrucción de puentes se anulaba el normal desenvolvimiento del tráfico y con la destrucción de hogares se atacaban las bases de la psicología colectiva, la reconstrucción y las condiciones de vida para la misma se pensaba mucho más difícil y lenta.
Al final de la guerra el 40 por 100 de las vías de comunicación estaban destruidas, junto a la mitad de las viviendas de las grandes ciudades. En algunas ciudades este porcentaje se elevaba al 80 por 100, sin contar las no destruidas, pero tan seriamente dañadas que no hacían posible la habitabilidad. Ante el próximo invierno, la política de los Ayuntamientos debía ser rápida y eficaz en un triple campo: la construcción de viviendas nuevas y la reparación, cuando fuera posible, de las ruinosas; la alimentación y facilitación de combustibles con la vuelta de los refugiados, y la atención a la salud pública y el urgente establecimiento de hospitales provisionales.
Esta oscura situación quedaba pendiente de la política proyectada por cada uno de los ocupantes, de las cada vez más separadas diferencias entre las zonas occidentales y la oriental a la hora de proyectar el futuro, y de las condicionadas decisiones con los poderes municipales que habían de jugar en sus respectivos entornos con la idea clara de que los males presentes eran el resultado no tanto de la guerra cuanto "de aquellos seres nefastos que llegaron al poder el año 1933, aquellos que cubrieron de oprobio y difamaron el nombre alemán ante todo el mundo civilizado" (Adenauer).
Se había de jugar, por tanto, también con el objetivo de una desnazificación más profunda, compleja y difícil que la que preocupaba a los vencedores.